[escepticos] Más madera.

David Revilla davidrev en gmail.com
Vie Jun 29 11:06:57 WEST 2012


Un comentario de escolar.net que me ha parecido muy divertido:

Helmut Berg tenía los dedos agarrotados por los años y la artritis y le 
costó recoger los veinte céntimos de vuelta que la cajera del Lidl –que 
hablaba en un alemán rocambolesco- le devolvió. El anciano capeaba los 
últimos años de vida con una escueta pensión pero vestía dignamente. 
Había tenido suerte, los nuevos amos apenas le habían molestado, no como 
a otros excompañeros de la Stasi. Guardó en una bolsa de arpillera su 
magra compra –salchichas, una botella de vino espumoso italiano y una 
lata de “cannard” francés para darse un capricho en la comida del 
domingo- , y caminó hacia su minúsculo apartamento en una calle 
cualquiera de Frankfurt del Meno.

Cenaba salchichas bebiendo directamente de la botella de Lambrusco 
mientras miraba la tele. No se consideraba un patriota –no lo era en 
ningún caso- pero le fastidió ver que Alemania caía derrotada ante 
Italia ya desde el comienzo del partido, sin capacidad de reacción. 
Después, cambiando de canal –la televisión por cable era el único lujo 
que se permitía—se encontró con una película que ya había visto: “La 
vida de los otros”. Le divirtió encontrársela doblada al italiano. No 
dominaba el italiano al nivel del ruso o el inglés, pero la siguió con 
placer, creyendo reconocerse –como las cuatro o cinco veces que la había 
visto antes- en alguno de los gestos del protagonista. Al terminar la 
película, con la botella de vino casi vacía, se quedó mirando el 
teléfono móvil durante mucho tiempo.

En la televisión la presentadora italiana hablaba sobre economía, primas 
de riesgo y todas esas cosas que había aprendido en Leningrado cuando la 
ciudad todavía se llamaba así, en su lejana juventud, cuando les 
enseñaban los grandes errores del capitalismo. Las clases habían sido 
buenas, pero los profesores se habían olvidado de hablarles también de 
los riesgos y errores del comunismo. Una pena. Durante años Helmut había 
estado en la punta de lanza de varios proyectos para destruir occidente, 
y la economía era uno de sus campos de batalla favoritos, para había 
sido una guerra que había perdido, quizá porque nunca pudo ponerla en 
marcha. Los mandos no habían estado a la altura, como siempre, la eterna 
historia de Alemania, de todas las Alemanias.

En la televisión los italianos criticaban la actitud de Angela Merkel, 
que salía declarando que sólo con contención en el gasto se podía salir 
adelante, apretándose el cinturón. Angela… Helmutt se rió al recordar 
sus informes en la Stasi. Hija de un pastor protestante que había dejado 
Occidente para venirse al sector comunista. Una buena chica. Un poco 
cuadriculada, claro, pero a fin de cuentas… el ser cuadriculados era un 
problema de Alemania, y sobre todo de su Alemania, de la Alemania de Helmut.

Helmut marcó un número en el teléfono móvil. Dejó sonar largo rato. 
Luego volvió a llamar. Sólo a la quinta vez una voz respondió al otro 
lado de la línea:
-¿Si?
-Erika, creo que deberías dejarlo.
Un largo silencio. Muy largo.
-¿Quién eres? –preguntó por fin la mujer.
-Soy Berg, Erika. Y creo que ya está bien. Ellos han ganado la partida, 
y hay que aceptarlo.
-Yo no me rindo.
-Los dispositivos de “mano muerta” siempre me han parecido una 
estupidez. Déjalos tranquilos. Acabarán por darse cuenta, Erika.
-No te preocupes, profesor, son tan idiotas que por muchas tonterías que 
yo diga, seguirán creyendo en mí. ¿O no ves que siguen creyendo en las 
burradas que dice Oleg Petrovich, por muy pasadas de rosca que sean? ¿Te 
acuerdas cuando aconsejó a Bush que soltase aquello de “para prevenir 
los incendios en los bosques lo mejor es talar todos los árboles”? Yo 
pensé que se estaba suicidando como agente secreto, pero hasta lo jalearon.
-Oleg Petrovich está loco: lleva tanto tiempo representando ese papel 
que ya se lo cree. Ten cuidado, Erika, te puede pasar a tí.
-He hablado con él en mi último viaje a Estados Unidos. Hablamos en 
ruso, juntos, en plena reunión. En el Primer Directorio del KGB es 
posible que se hayan olvidado de él, pero él sigue cumpliendo su misión 
lo mejor que sabe.
-Ya, Erika, quizá la gente no de mucha importancia en las burradas que 
dice un gurú de los Chicago Boys, pero ¿cuánto crees que tardarán en 
darse cuenta de que tú eres un agente de la Stasi?
-Nunca lo sabrán, Berg. Y, mientras tanto, me divertiré mucho sembrando 
el caos. Para eso me preparaste ¿o no?
Helmut Berg suspiró y colgó. En la pantalla, su ex-pupila seguía 
hablando de ajustes y de economía. Creyó captarle una leve sonrisa 
burlona en la cara.
-No está bien que los agentes secretos se diviertan –se dijo Helmut 
mientras acababa con lo poco que quedaba de la botella de vino.




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