[escepticos] Fw: [psicoalumnos] cartas al director

txipi txipi en sindominio.net
Mar Oct 2 20:46:58 WEST 2007


Hola,

  en ocasiones como esta, me enorgullezco de estudiar psicología en la
UNED...

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Date: Tue, 2 Oct 2007 18:08:39 +0200
From: "Eduardo Miranda" <eduardo en eduardomiranda.com>
To: <psicoalumnos en listserv.uned.es>
Subject: [psicoalumnos] cartas al director


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Abajo os pego la contestación que da nuestro ilustre Decano a un
artículo publicado en el periódico "El Pais".  
No hago ningún comentario porque estoy de acuerdo al 100% por 100% con
el. Bueno, al 95% porque el dice que el psicoanálisis es literatura y a
mi me parece que ni a eso llega. 

Pues eso, que ahí tenéis la contestación y el artículo para que podáis
opinar. 

Saludos
Eduardo
 
“Poder diferenciar entre ficción y realidad es condición necesaria para
la salud, no sólo mental, y capacidad humana sin la que difícilmente
Homo sapiens –fabulador compulsivo justamente por sapiens- habría sido
capaz de sobrevivir y reproducirse a lo largo de, quizá, doscientos
mil años. Viene esto a cuento del artículo publicado por el escritor y
psicólogo Gustavo Martín Garzo en El País del domingo 16 de
septiembre, en el que entiendo que critica la ausencia del
psicoanálisis y de la psicología dinámica de los planes de estudio de
psicología y de la psicología académica.
 
La literatura es arte y es ficción, mientras que la psicología es
ciencia y trata de la realidad, ambas buscan verosimilitud, coherencia 
y significado, con los postulados artísticos o expresivos del autor la
primera, renunciando a la sensualidad del arte a cambio de que sus
enunciados se correspondan con los hechos la segunda.
 
El psicoanálisis es literatura, mientras que la neurociencia, la
psicología cognitiva, la psicología del desarrollo o el análisis
experimental de la conducta investigan la realidad –la que percibe el
sujeto que procede y ha sido moldeado por esa misma realidad, si
creemos a Darwin- y esa es la razón de que en los planes de estudio de
la psicología universitaria figuren éstas cada vez más y aquél cada
vez menos.
 
Psicología y literatura son pilares fundamentales para entender lo
humano, pero si psicologizar la literatura puede ser un crimen,
literatulizar la psicología también.
 
Francisco Claro Izaguirre
Decano de la Facultad de Psicología de la UNED
 
 
EL PAÍS - Opinión - 16-09-2007
 
¿Qué hemos hecho de la psicología? Aquella delicada ciencia que
exploraba el alma humana y se preguntaba por el significado de
nuestros sueños hoy día apenas es otra cosa que un conjunto de
obviedades y recetarios apresurados. Atrás parecen haber quedado la
insondable obra de Freud y su pregunta acerca de por qué nos perturban
nuestros deseos, las divagaciones de C. G. Jung sobre el poder
liberador de los símbolos, las delicadas fantasías de Melanie Klein
sobre el mundo de los niños, o las reflexiones de Lacan sobre el poder
creador del lenguaje. La psicología ya no trata de responder a la
pregunta eterna de quién somos, sino de encontrar fórmulas que nos
permitan lograr mejor nuestros objetivos de acomodación a lo que hay.
Pero ¿el mundo tiene que ser necesariamente como es? Aun más ¿no
radica en esa necesidad de preguntarnos si podría ser de otra forma
una parte esencial de nuestra humanidad? Perceval visitó un extraño 
reino donde todo estaba muerto, y contempló a su rey herido y el
lúgubre cortejo de la copa de oro y, al evitar preguntar por lo que
pasaba, los condenó sin saberlo a que continuaran eternamente igual.
El tema de las preguntas que por no plantearse conducen a la
esterilidad y a la muerte del pensamiento es un tema muy repetido en
el folklore, y me temo que algo así está empezando a pasar entre
nosotros, y tal vez por eso, porque no pensamos, dimanamos
autosatisfacción. Pero ¿de verdad tenemos motivos para estar tan
contentos? Es cierto que el mundo que nos ofrecen las oficinas de
viaje y las promociones de la banca poco o nada tiene que ver con el
mudo oscuro de los cuentos de hadas, pero a cambio, como diría
Chesterton, es mucho menos interesante. Un mundo sin sentimientos ni
memoria, un mundo sin desatinos ni sueños puede que fuera menos
perturbador que el nuestro, pero ¿de verdad merecería la pena vivir en
él?
 
Pero la pregunta acerca de quiénes somos sólo puede formularse a
través de la contemplación del mundo en que nos ha tocado vivir. La
realidad es nuestra máxima construcción colectiva: el terreno de lo
común, de las percepciones y normas compartidas, el gran escenario de
un juego en el que todos participamos, y cuyas reglas revelan lo que
estamos dispuestos a hacer con la vida. Numerosas voces claman por el
trato que damos a la naturaleza, o llaman la atención sobre ese
espectáculo grotesco en que hemos transformado la política. Ambas,
naturaleza y política, han estado en el corazón de las aspiraciones
humanas a lo largo de la historia, pues el mundo es, ante todo, "un
lugar para vivir". Pero el hombre posee una asombrosa capacidad para
observar el complejo discurrir de sus pensamientos, sentimientos,
intuiciones, fantasías, recuerdos y deseos. Todos ellos constituyen un 
prodigioso mundo interior, sobre el que no hemos dejado de
interrogarnos desde los albores de la humanidad, gracias al fabuloso
misterio de la conciencia. Y desde hace más o menos dos siglos ha sido
la psicología la ciencia encargada de llevar a cabo esa apasionante
tarea.
 
Y puede que en ningún otro momento de la historia esta joven
disciplina haya estado tan presente en nuestras vidas. Las Facultades
rebosan de estudiantes, equipos de profesionales intervienen en las
tragedias colectivas, seleccionan personal en las empresas o
participan en "reality shows" televisivos, y muchos psicólogos y
psiquiatras expresan sus opiniones y consejos en los medios de
comunicación o escriben libros con indicaciones terapéuticas o de
auto-ayuda. A pesar de que el acceso a la psicología en la Sanidad
Pública sigue siendo precario, proliferan los artículos y revistas que
divulgan un supuesto saber científico en torno a las profundidades de
la mente humana. Uno de ellos, titulado "Autoestima española", de un
prestigioso psiquiatra, ha llamado poderosamente mi atención por la
manera en que ejemplifica el trato que suele darse a estas cuestiones
en los medios de comunicación.
 
Las consideraciones que se vierten en ese artículo en torno a la
autoestima nada aportan de original y adolecen de la misma formulación
autosuficiente que suele imperar en los actuales escritos sobre
psicología: son la expresión de la obviedad elevada al rango de
ciencia. Las hipótesis (en este caso, que los españoles gozamos de una
excelente autoestima) no necesitan ser demostradas a través de la
reflexión o la argumentación, sino de numerosas encuestas en las que
se ha preguntado directamente a miles de personas sobre su nivel de
satisfacción consigo mismas. A partir de aquí, cualquier
cuestionamiento sobra: también cualquier explicación. La estadística 
por sí sola ha comprobado lo que, a los ojos de cualquier simple
mortal, sería imposible de medir: el nivel de satisfacción subjetiva
de un pueblo. El propio autor reconoce la dificultad y afirma que la
autoestima "no podemos medirla como el pulso o la temperatura del
cuerpo. El único método para estudiarla es preguntar". Todo se juega,
pues, en las preguntas. La calidad de las respuestas depende de ellas:
por eso los grandes filósofos se han distinguido siempre por la manera
singular en que interrogan a la realidad.
 
La psicología hegemónica actual, en su empeño por alcanzar el estatus
de una ciencia empírica (cuando su objeto de estudio, la subjetividad
humana, no puede ser más inasible a través de mediciones
estadísticas), ha hecho un tristísimo uso de las preguntas: planteando
sólo las más previsibles, limitando al máximo las respuestas,
eliminando por completo todo género de matices y detalles. Los
resultados obtenidos son tan pobres como la herramienta utilizada,
pero se vuelven incuestionables tras haber pasado por el filtro de las
matemáticas y la estadística. Nuestro psiquiatra acaba su artículo
sugiriendo que quizá los españoles tengan una percepción equivocada de
sí mismos. Aún no nos hemos dado cuenta de la magnífica verdad que
describen por nosotros las encuestas: "los pensamientos automáticos
derrotistas nos roban continuamente la conciencia de nuestro alto y
saludable bienestar emocional".
 
Este mismo esquema se aplica a diario en el terreno de la psicología
clínica. Muchas terapias se basan en el aprendizaje de técnicas y
ejercicios conducentes al control de los síntomas, renunciando a
plantear los interrogantes básicos acerca de su origen o sentido. Y
tales métodos se presentan como científicamente probados a través de
experimentos empíricos, basados, en su inicio, en la comparación de la 
conducta humana con la que se puede observar en los ratones. El
mensaje surge con claridad: "la psique es mucho más simple de lo que
se ha podido pensar o intuir, responde a sencillos mecanismos de
estímulo-respuesta, el hombre es un animal previsible".
 
La psicología, como disciplina dedicada al estudio de la mente humana,
y en su vertiente terapéutica, da cuenta de la manera en que nos vemos
a nosotros mismos, del modo en que nos acercamos a los demás y de la
idea de bienestar y curación que proyectamos en quienes sufren. Su
estado no hace más que demostrarnos la pobreza de nuestras
aspiraciones, la poca importancia acordada a la creatividad y al
juego, la profunda limitación de nuestra concepción del ser humano.
Las llamadas estrategias de distracción proponen desviar la atención
de la angustia para centrarla en banalidades cotidianas: el número de
personas que llevan una prenda roja en un vagón de metro o la suma de
las matrículas de los coches. ¿Por qué aspirar a que una persona
disfrute del arte o encuentre un refugio en su imaginación? ¿Por qué
tratar de ahondar en sus desdichas y reflexionar sobre ellas? ¿Por qué
escuchar, con el compromiso que exige la verdadera escucha, sus
sueños, temores y esperanzas: adentrarse en el terreno de lo no
vivido? Es más sencillo y eficaz hacer un vacío en el pensamiento,
desconfiar del poder de la palabra. Las terapias, lejos de tratar de
conducir a las personas a la máxima realización de sus posibilidades,
se convierten en la negación de lo específicamente humano: renuncia al
vuelo del pensamiento y a la radical función del lenguaje. Como si a
un pájaro atemorizado se le convenciera de que la vida es hermosa
sobre una rama y no es conveniente que se lance a volar. A pesar de
haber nacido con alas, se le recomienda que no las utilice, pues
entrañan peligros. ¿Para qué arriesgarse? Uno puede perderse o caerse
en las alturas, errar el camino de vuelta, ser atacado o sentirse
inseguro. Nada le garantiza el bienestar. Del mismo modo la
psicología, en su progresivo empobrecimiento, desea convencernos de
que no merece la pena adentrarse en los oscuros caminos del
pensamiento, la imaginación y la memoria. Se afana en disfrazar su
complejidad, reforzar sus engaños, no descubrir sus potenciales.
Parece ignorar que, como dijo Hölderlin, en "el peligro puede estar,
también, la salvación".
Una arriesgada reflexión resulta imprescindible: ¿Qué hemos hecho del
estudio de la mente humana, ese lugar fascinante y enigmático, para
que haya derivado en tal cantidad de despropósitos? Toda la
responsabilidad es nuestra. La vida y el mundo dependen del sentido
que queramos otorgarles: de la medida en que estemos dispuestos a
implicarnos, del compromiso que adquiramos con ellos. Un cuento
proveniente de la tradición de los judíos jasidim, puesto en boca del
Baal Shem Tov, llama la atención sobre el enorme potencial de nuestras
realidades, pero también sobre la incesante tentación de apartar e
ignorar sus maravillas: "¡Ay! ¡El mundo está lleno de brillantes
resplandores y de misterios y el hombre los aleja de sí con una
pequeña mano!". La psicología puede ser el terreno privilegiado de la
imaginación, la memoria, la reflexión y el juego; también el de la
obviedad, la simplificación y el conformismo. La elección sólo recae
en nuestra pequeña mano.


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-- 
Agur,
  txipi


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