Re: Re[4]: [escepticos] confusión entre género y sexo

Tenebris gargantuario en gmail.com
Sab Dic 29 20:20:41 WET 2007


Anda, saca un poco de timepo y léete el artículo aquel que te mencioné
sobre "Responder a la provocación".

Para evitarte fatigas, te lo recupero aquí abajo.
Saludos.

Entrar al trapo
La mejor forma de contestar a aquél que pretende sacarnos de nuestras
casillas es hacer oídos sordos
21.10.07 -
JOSÉ MARÍA ROMERA

Lo saben bien los deportistas marrulleros: mucho más eficaz que
zancadillear al rival con una violenta patada en la espinilla es ir
minándole la moral poco a poco, sacándole de quicio con palabras
sarcásticas y comentarios despectivos. Especialmente si el contrario
es novato. Entonces llega un punto en que a éste se le agota la
paciencia y pasa a mayores, casi siempre de forma airada. El juez de
la contienda se percata de la acción y expulsa no al provocador, sino
al agresor. A partir de ese momento las fuerzas se desequilibran de
manera que el equipo del viejo zorro lo tiene más fácil para conseguir
la victoria. La táctica ha dado resultado.

Abundan las situaciones de competencia, de disputa o de enfrentamiento
en las que quien finalmente se lleva el gato al agua no es quien posee
la razón ni acumula más méritos, sino el que sabe conducir al otro
hasta un terreno en que se sienta incómodo, nervioso, molesto. Se
trata de hacerle perder el control y conseguir que responda con una
reacción destemplada que invierta la correlación de fuerzas. El
mecanismo de la provocación («incitación a alguien con palabras,
gestos o acciones para que se enfade o riña», según el diccionario de
María Moliner) es tan elemental y rudimentario que a primera vista
parece imposible que funcione, al menos entre personas inteligentes. Y
sin embargo todos hemos sucumbido más de una vez a su efecto. Todos
conocemos personas de carácter moderado, tranquilas y pacientes que en
un momento dado han perdido los estribos ante el vecino insolente o en
un altercado de tráfico.

Una de las razones del éxito de las actitudes provocadoras se debe a
que en el fondo la mayoría de las relaciones entre personas tienen un
fuerte componente de dominio. Nadie quiere que el otro tenga más poder
que él. A nadie le gusta sentirse rebajado, agraviado u objeto de
abuso. La provocación es más efectiva cuando, con independencia del
mensaje real que contenga, toca la fibra íntima del orgullo en el
provocado. Por eso los más hábiles en el recurso a este perverso son
quienes saben dar en punto débil, en el talón de Aquiles de su
víctima.

El lenguaje coloquial expresa gráficamente la situación de quien
responde a los ataques ajenos con la locución taurina «entrar al
trapo»; esto es, como el toro que embiste al engaño y no a su
portador. El que entra al trapo se animaliza en cierto modo, pierde su
capacidad de discernimiento, se coloca en el terreno que el otro le
impone. Así que el principal consejo que se debe seguir en estas
circunstancias es el de hacer oídos sordos. Pongámonos en el peor de
los casos: en el de un insulto injurioso que atenta contra el honor
personal o el de alguien próximo. Si bien se mira, no hay ninguna
razón lógica que conduzca a la necesidad de responder aunque en
principio parezca que estamos obligados a hacerlo. La persona
inteligente que mantiene el control de sus reacciones sabe que el
provocador, al ver que fracasa su intento, o bien tendrá que callar y
retirarse, o bien agregar un nuevo insulto que acabará dejándolo en
mal lugar. Y en última instancia sabe también que existe una instancia
llamada Justicia ante la que podrá exigir la reparación del daño
causado.

El orgullo y la ira propios son los mejores aliados de las
provocaciones ajenas. «¿Cómo ha conseguido llegar a una edad tan
avanzada con tan buena salud?», le preguntaron al sabio longevo. «Hijo
mío, no discutiendo nunca», respondió el hombre. «No, no puede ser por
eso», replicó su interlocutor creyendo que le ocultaba algún secreto.
«Vale, pues por eso no será», dijo el sabio zanjando la conversación.
Cuando no se puede resolver una disputa por medios racionales, no hay
cosa más estéril que tratar de ganarla mediante la insistencia.
Ciertamente es algo que todos sabemos, pero que pocas veces tenemos en
cuenta cuando se presenta la situación. Se diría que estamos dominados
por una especie de resorte emocional dispuesto a saltar al menor roce,
en vez de disponer de un freno también emocional que nos permita
reflexionar, tomar distancia, actuar con calma y hacer que la
provocación pierda toda su fuerza.

Escribe Aristóteles en la 'Ética a Nicómaco': «Cualquiera puede
enfadarse, eso es muy sencillo. Pero enfadarse con la persona
adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito
justo y del modo correcto, eso no resulta tan fácil». Llámesele
templanza, autocontrol, prudencia o simple flema, el caso es
adiestrarse para recurrir a ella cuando el cuerpo pide todo lo
contrario. Tal vez somos seres pasionales condenados a caer no ya en
las trampas que nos tienden los otros, sino en las que nos ponemos
nosotros mismos. O quizá sea que en el fondo nos agrada que nos
provoquen, para así tener pretextos para el desahogo.


P.Bellata: Para desahogarse no hay nada como darle, mucho y bien, al
lagomorfo -incluso en Navidad. ;-)


El 29/12/07, jmbello <jmbello en mundo-r.com> escribió:
> Hello Tenebris,
>
> Saturday, December 29, 2007, 7:52:23 PM, you wrote:
>
> T> Me temo que quien está haciendo el ridículo (o algo peor) eres, una vez más, tu.
> T> En mi vida he defendido la utilización del ciudadanos y ciudadanas, ni
> T> del vascos y vascas ni ninguna soplagaitada semejante.
> T> Lo que dejo explícitamente expresado para evitar que te sigas
> T> columpiando -por lo menos, a mi costa.
>
> Lo único que queda explícito, de nuevo, es tu incapacidad de mentir de
> forma que cuele. Como ya te ha respondido Akin quedo eximido de
> presentar nuevas pruebas.
>
> Saludos
>
> JM
>
> PS: No estaría de más que dejases de hacer el troll. Aunque me temo
> que no serás capaz: te lo impedirían tus otras personalidades
> disociadas.
>
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