[escepticos] viernes santo
Miguel Martínez Estremera
mimartin en cepymearagon.es
Vie Abr 10 19:06:31 WEST 2009
Un artículo de un buen escritor:
http://www.elperiodico.com/default.asp?
idpublicacio_PK=46&idioma=CAS&idnoticia_PK=602413&idseccio_PK=1006&h=090
410
...aunque parece de los "caguetas"...
MA
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La pasión del agnóstico
JOAN BARRIL
La llamada Semana Santa se ha convertido en un puente largo. Hay
jóvenes y niños que no saben a qué responde eso de ir con unos
palmones a la iglesia. Dentro de unos años, esos mismos jóvenes irán
de viaje a la India o a algún país de mezquitas y no dudarán en
quitarse los zapatos y embelesarse con la espiritualidad de los
pueblos lejanos. La espiritualidad no es lo mismo que la religión. El
espíritu forma parte de una necesidad de depuración personal. Es
buscar la soledad y encontrar un momento de sosiego. Comparto con el
compañero Josep Maria Espinàs esa prevención ante todos aquellos que
pretenden ir a buscarse a sí mismos y que se van al desierto o a la
cima de una montaña pensando que su verdadero yo está precisamente
ahí. Al igual que Espinàs, yo tampoco quiero buscarme, porque, en el
supuesto de que me encuentre, ¿qué sucedería si nada de mí me gustase?
No nos buscaremos, pues. Pero sí vale la pena hacer un hueco a esa
idea del espíritu que, curiosamente, siempre tiene connotaciones
tristes. A la gran mayoría de gente que se declara agnóstica, la
pulsión espiritual siempre le sobreviene en momentos trágicos. La
muerte de un amigo, la sospecha de la enfermedad, el dolor de la
injusticia. Es entonces cuando los músculos se adormecen y no sabemos
qué hacer en un mundo que nos está escupiendo. Hay gente que, en
estas circunstancias, cambia de rituales y pretende encontrar la
felicidad en una meditación relajada, en el cansancio del cuerpo o en
el proselitismo infantil de iglesias nuevas con mensajes antiguos.
La verdad: no hace falta. El espíritu es algo individual y no precisa
de multitudes. A veces, la espiritualidad se encuentra en un poema,
que es, al fin y al cabo, la destilación de la belleza de lo vivido.
En Semana Santa, si efectivamente queremos disfrutar de unos días
distintos, más bien hace falta huir de las multitudes, incluso de las
multitudes de dos. Se trata de buscar en las palabras el consuelo de
aquellas pequeñas sensaciones que iban carcomiendo nuestra conciencia
y que, por fin, hemos logrado identificar. El ser humano tiene una
insistente tendencia a la antropomorfización de lo que le rodea. De
ahí que pensemos que los animales piensan. De ahí que lloremos la
muerte de una planta o que ofrezcamos conciertos de Bach a las
gardenias. Pero el supremo gesto que nos eleva por encima de las
bestias no es el pensamiento, sino la posibilidad de ir a buscar
nuestro espacio de soledad voluntaria. Siendo sociales, seremos
individuales. Siendo pragmáticos, seremos quiméricos. Siendo
artífices de la razón, nos dejaremos llevar por el espíritu.
La Semana Santa para agnósticos no ha de servir para abominar de las
mitras y de las Copes. Solo los necios cuando señalan la Luna miran
el dedo. Son muchos los creyentes que están ejercitando una fe de
bricolaje, esa fe que no entiende de manuales de instrucciones, sino
que busca --con todas las dudas-- la presencia del hombre en el
mundo. Hundidos por las palabras de la crisis, estos días serían los
días óptimos para pensar en aquellos que viven en la crisis
permanente de la escasez y que todavía aspiran a que el sol salga por
el horizonte del oriente.
Pese a todo, dudo que exista el agnóstico perfecto. Todo el mundo
tiene una causa por la que luchar y una tentación por vencer. Que
estos días en los que la tierra tiembla y las palabras nos confunden
sean una manera de dar sentido a nuestra irrenunciable pasión por vivir.
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