[escepticos] Ya tardaban los de elinmundo.es
Miguel Martínez
mimartin en cepymearagon.es
Lun Ago 25 16:58:03 WEST 2008
----- Original Message -----
From: <david en puntoque.net>
> Me sigue flipando tu respuesta:
> - No veo en esos textos apoyo a la guerra sucia del tipo de la de los
> tiempos del PSOE.
> Veamos:
>
> Pedro Jota comentando el entierro del etarra Mikel Goikoetxea, Txapela,
> asesinado por los GAL:
(...)
---------------------
Qué curioso, veo en un blog una versión que pone en duda ese artículo y
describe una manipulación del EL PAIS sobre el tema:
http://192muertos192mentiras.blogspot.com/2006/11/el-gal-la-pelcula-de-pedrojete-1-parte.html
Puede que sea verdad una versión o la otra , habrá que estudiarlo, no?
MIguel A
------------------------------------------(Texto citado)
Este es un viejo bulo que corre después de que EL PAIS manipulara algunos
articulos de PJ allá por el año 96. Te copio la respuesta de EL MUNDO que
por una vez está fuera de toda duda. S2
Lo que Pedro J. Ramírez decía de los GAL en 1984
Texto íntegro de los artículos manipulados por «El País» para hacer creer
que el director de EL MUNDO apoyaba la «guerra sucia»
PEDRO J. RAMIREZ
Para vergüenza de «El País» estas dos páginas serán estudiadas en las
universidades y escuelas de periodismo como ejemplo de manipulación
informativa. Pocos casos habrá tan claros de cómo un medio trata
deliberadamente de engañar a sus lectores para intentar desprestigiar a
alguien falseando la verdad.
Bajo el epígrafe «Pedro J. Ramírez y los GAL» recuadrado en primera página y
reproducido en el interior a tres columnas, «El País» incluía ayer cinco
fragmentos de textos de los años 83 y 84 con los que pretendía demostrar que
el hoy director de EL MUNDO respaldaba en aquella época el terrorismo de
Estado. Los tres primeros fragmentos nada podían tener que ver con los GAL,
pues están fechados en octubre del 83 y la primera acción de los GAL, el
secuestro de Marey, no se produjo hasta diciembre. Se trata de textos
relacionados con el fallido intento de los GEOS de liberar a Martín Barrios,
en los que se critica al Gobierno por mentir a los ciudadanos inventando que
hubo un choque fortuito con Larretxea y se le invita a legislar sobre el
«derecho de persecución» al otro lado de la frontera.
Es obvio que cuando «Diario l6» -el periódico que con más denuedo había
defendido el Estado de Derecho frente al golpismo militar- aseguraba en un
editorial que había que «terminar con ETA de la forma que sea», todo el
mundo consideraba implícito que se refería a hacerlo dentro de la legalidad.
En todo caso, hacer cualquier extrapolación de estas palabras a lo que
sucedió después, como hace «El País», es ya una zafia manipulación, pues en
esas fechas sólo el Gobierno y tal vez algunos de sus amigos sabían que se
estaban preparando los GAL.
Pero todo esto es «peccata minuta» comparado con el inmoral falseamiento del
contenido de los dos únicos artículos de Pedro J. Ramírez que efectivamente
se referían a los GAL. Por eso los reproducimos íntegros, junto a sus
respectivas glosas en «El País». Cualquier lector no ya imparcial, sino
sencillamente dotado de discernimiento, podrá comprobar que los artículos
decían exactamente lo contrario de lo que da a entender el resumen de «El
País».
En el caso del titulado «Crece el prestigio del Gobierno» la trampa es tan
grosera que una serie de frases elogiosas hacia la primera gran redada de la
Policía francesa contra la cúpula de ETA se presentan como referidas al
asesinato de «Txapela». La mala fe de «El País» queda doblemente en
evidencia si se observa que la única vez que en el artículo se menciona al
GAL es bajo el calificativo del «siniestro GAL» y que la única referencia a
la muerte de «Txapela» es para advertir que el problema de ETA no se podrá
resolver nunca mediante la violencia.
En el caso del artículo «La antesala del fascismo», hasta los más obcecados
detractores del director de EL MUNDO tendrán que reconocer que hace
estrictamente honor a su título y advierte del riesgo de que la demanda de
«mano dura» de la derecha de entonces derivara en un quebrantamiento del
Estado de Derecho en la lucha contra la delincuencia y el terrorismo. Basta
repasar su profético último párrafo, omitido, por supuesto, por «El País»,
para darse cuenta de que se trata de hecho de un rotundo alegato contra los
GAL a las pocas semanas de su irrupción: «Barrionuevo debe ser consciente de
que tiene ante sí una fiera insaciable. ¿Cuál será el siguiente paso? ¿La
impunidad para el policía que torture a un terrorista?. Cuidado, cuidado.
Todo eso es la antesala del fascismo».
EL MUNDO invita a profesores universitarios, columnistas especializados en
medios de comunicación, asociaciones de periodistas y demás expertos -¿se
atreverá a hacerlo el Defensor del Lector de «El País»?- a emitir su opinión
sobre el significado de estos artículos, la falaz interpretación con que han
sido presentados y la utilización que Jesús Polanco y Juan Luis Cebrián han
hecho de su periódico para intentar desprestigiar a quienes hemos aportado
información documentada sobre sus inaceptables negocios en Sudamérica con
dinero público.
Crece el prestigio del Gobierno
PEDRO J. RAMIREZ (15-1-84)
El Gobierno socialista vive horas de serena euforia y es comprensible que
así sea. El espectacular viraje de la actitud francesa con respecto a los
terroristas etarras residentes en su territorio y la completa renovación de
la llamada «cúpula militar» han supuesto en tan sólo una semana una
sustantiva mejora en el horizonte de los dos grandes problemas que,
interconectadamente, condicionan la estabilidad del sistema democrático en
España.
Hasta los más enconados adversarios del PSOE y su Gobierno han de reconocer
que por primera vez desde el comienzo de la transición existe la fundada
sensación de que el poder político está incidiendo con éxito en la diabólica
espiral «terrorismo-cuestión militar». Es decir, que se ha pasado de la
defensiva a la ofensiva, hasta conseguir que no sea el Estado -como hasta
ahora venía sucediendo-, sino ETA y las minorías involucionistas quienes se
batan en retirada.
La importancia de la superredada efectuada en el sur de Francia en la
madrugada del martes no estriba tanto en sus resultados como en su
presumible génesis y en la filosofía que entraña. El descabezamiento quizá
definitivo de los «poli-milis» de la VIII Asamblea -irreductibles por la vía
de la negociación emprendida por Rosón y Bandrés y responsables del
asesinato del capitán Martín Barrios- y la retirada de la circulación de
algunos relevantes miembros de la directiva de ETA militar son datos que
tienen un gran valor en sí mismos; pero aún lo tiene más el hecho de que la
hasta ahora tan indolente maquinaria policial francesa se haya movido al fin
como consecuencia del éxito de una gestión personal y directa de Felipe
González ante François Mitterrand.
Durante su septenato Giscard escuchó nuestras reclamaciones como quien oye
llover, personificando en Adolfo Suárez su actitud despectiva hacia los
españoles. Mitterrand hizo otro tanto con Calvo Sotelo, y ya empezaba a
calar la idea de que ni siquiera con el «compañero» González en el poder
iban a cambiar las cosas, pues la doctrina oficial francesa -un tanto
cínicamente expresada por el embajador Guidoni- continuaba siendo la de que
la solución del problema etarra estaba en Bilbao y no en Bayona.
Los propios gendarmes han demostrado la falsedad de ese enunciado. Por
muchos registros domiciliarios que se hicieran de este lado de la frontera
nunca aparecerían de una tacada seis peces gordos como los facturados por
Francia hacia el Caribe. Es cierto que la lista de los buscados incluía
hasta treinta nombres, pero -en contra de lo que se ha dicho- un éxito
inicial de un 20 por 100 no está nada mal en este tipo de operaciones,
máxime si se tiene en cuenta que hacía varios días que se comentaba la
inminencia de algo parecido, dando pie a que los jefes de ETA tomaran
precauciones.
La clave de la cuestión radica ahora en que estamos ante un cambio real de
la actitud policial francesa y no ante un mero gesto aislado. Si los
veintitantos dirigentes terroristas que esta vez han conseguido escabullirse
sienten durante las próximas semanas, durante los próximos meses, el acoso
no sólo del siniestro GAL, sino también de la Gendarmería, va a resultarles
muy difícil seguir planeando atentados al otro lado de la frontera, pues
tendrán que dedicar la mayor parte de su ingenio y energía a tareas de
ocultamiento y autoprotección.
Esta impresión es, por supuesto, compatible con la existencia de un riesgo
real de que ETA realice algún atentado de gran envergadura en las próximas
fechas. Muchas veces he explicado el carácter eminentemente psicológico de
esta guerra, tan esencialmente sucia como todas las demás; y ellos necesitan
desesperadamente hacer algo que difumine su actual aura de derrota.
Cualquier triunfalismo sería, pues, precipitado. La estremecedora imagen que
hoy publicamos de la viuda de Txapela, blandiendo el hacha y la serpiente en
un arranque de rabia y de dureza sólo concebible dentro de la etnia vasca,
es toda una señal de advertencia de que el problema de ETA no se reduce
estrictamente a desbaratar una banda armada.
Pero en éste como en tantos otros grandes problemas nacionales, lo
importante no es tanto la situación como la tendencia. El gran mérito de
Felipe González en este asunto estriba en estar sacudiendo esa especie de
fatalismo, esa crónica sensación de impotencia, que iba apoderándose del
cuerpo social, con respecto a la cuestión terrorista. Por fin los hechos
demuestran que existen alternativas eficaces a la frustrante exhortación a
la paciencia que venía haciéndose endémica en nuestra clase política.
Estoy seguro de que en ningún otro lugar se estará valorando todo esto tan
positivamente como en los acuartelamientos de las Fuerzas Armadas. Hacía
tiempo que lo que la inmensa mayoría de nuestros militares profesionales
anhelaban era una exhibición de eficacia por parte de los gobernantes en la
lucha antiterrorista. La impresión que de Felipe González y sus ministros se
tiene en el seno del Ejército concuerda cada día más con la afortunada
definición -«jóvenes nacionalistas»- que de ellos hizo hace un año la Prensa
norteamericana. Ya se sabe que en la milicia se respetan mucho más los
hechos que las palabras.
Este telón de fondo de los éxitos antiterroristas es una de las claves para
entender la desaparición del síndrome golpista de la vida política española
y también el clima de sosegada disciplina con que se está asimilando la
reforma militar, aun cuando ésta implica significativos sacrificios
individuales y colectivos en el seno de las Fuerzas Armadas.
Tras el explícito aval otorgado por el Rey el Día de la Pascua Militar y
tras la sustitución de los cuatro miembros de la JUJEM, la autoridad del
Gobierno dentro del Ejército ha quedado más reforzada que nunca. Téngase en
cuenta que la anterior «cúpula militar» se constituyó bajo los efectos
amedrentadores que para la débil clase política ucedista tuvieron el 23-F y
sus secuelas.
Tal vez por eso a Lacalle Leloup siempre se le miró con recelo, reparando
quizá con obsesión injustificada en las connotaciones semánticas de su
segundo apellido. El que su sustituto se llame Liberal no deja de ser una
anecdótica pirueta de la historia, pero viene a coincidir con la
interpretación más generalizada del relevo.
Todos estos datos, unidos a la seriedad y sentido común con que continúa
enfocándose la política económica, realzan el prestigio del equipo
gubernamental ante el ciudadano medio. Al mismo tiempo, le otorgan mayor
margen de impunidad en aquellas parcelas en las que la gestión es menos
satisfactoria.
Con tal de que se meta en cintura a los etarras, se consiga que los
militares dejen de dar sustos y a poco que la economía mejore, la opinión
pública parece dispuesta a mostrarse bastante indulgente en casi todo lo
demás. En parte porque, como expliqué hace quince días, la nuestra es ya una
«democracia aletargada», y en parte, también, porque para tratarse de 1984,
y teniendo en cuenta todo por lo que hemos tenido que pasar, el trato no
está nada mal.
El «resumen» de «El País»
«El País» extractaba ayer este artículo de Pedro J. Ramírez de la siguiente
forma:
«Nuevo artículo de Ramírez. Su título, «Crece el prestigio del Gobierno». Se
refería al entierro del etarra Mikel Goikoetxea Txapela, asesinado por los
GAL. Y decía: «Por fin los hechos demuestran que existen alternativas
eficaces a la frustrante exhortación a la paciencia que venía haciéndose
endémica en nuestra clase política». Ramírez observaba cómo estos hechos
repercutían favorablemente en los patios de armas: «Estoy seguro de que en
ningún otro lugar se estará valorando todo esto tan positivamente como en
los acuartelamientos de las Fuerzas Armadas. Hacía tiempo que lo que la
inmensa mayoría de nuestros militares profesionales anhelaban era una
exhibición de eficacia por parte de los gobernantes en la lucha
antiterrorista (.) Ya se sabe que en la milicia se respetan mucho más los
hechos que las palabras».
La antesala del fascismo
PEDRO J. RAMIREZ (25-3-84)
Tal y como estaban las cosas, fue justo y conveniente que la UCD perdiera el
poder. Lo malo es que también perdió la oposición, en beneficio de un
planteamiento mucho más radicalmente derechista y dando pie a una crispación
de la vida pública, cada día más palpable.
Política y periodísticamente, la contestación al Gobierno socialista está
orquestada de acuerdo con los más genuinos principios de aquello que vino en
llamarse el «franquismo sociológico». El evidente aunque limitado incremento
de la delincuencia viene siendo manipulado al servicio de una ofensiva sin
escrúpulos, en la que se reivindican unos conceptos de «paz» y «orden» muy
similares a los vigentes en el antiguo régimen.
De acuerdo con el esquema reflejado en los editoriales de los dos vetustos
colegas que cada mañana compiten por arrebatarle lectores al diario El
Alcázar, la sociedad española se divide en «gentes de orden», «maleantes» e
«intelectuales marxistas». Según esa teoría, desde hace varios años, y en
especial desde la victoria electoral del PSOE, los «maleantes» no dan abasto
violando, robando y asesinando con total impunidad a las «gentes de orden»,
gracias al libertinaje moral, social y legal patrocinado por los
«intelectuales marxistas».
La receta que se propone es bien sencilla. A los «maleantes» -sean
terroristas, sean simples chorizos- hay que combatirlos con las armas en la
mano, devolviendo a las Fuerzas de Seguridad, y especialmente a la esforzada
Benemérita, la suficiente confianza como para recurrir a la vieja tradición
de disparar primero y preguntar después. Además hay que neutralizar su caldo
de cultivo, persiguiendo el consumo de drogas -sin distinción entre el
«caballo» y el «porro»-, la homosexualidad, la pornografía y demás formas de
degeneración humana. En cuanto a los «intelectuales marxistas» -concepto
que, por supuesto, incluye a casi todas las voces liberales de la cultura y
el pensamiento español actual-, ya va siendo hora de ponerlos en su sitio,
aunque para ello haya que recurrir -con idéntico estilo y hasta con las
mismas plumas imperantes hace veinte años- a todo tipo de insultos,
calumnias y mezquindades.
Por fin la derecha española -la montaraz, la genuina, la que periódicamente
se autodestruye- parece haberse reencontrado con su lenguaje. Y es que en
los primeros seis meses de poder socialista -fundamentalmente a instancias
de esos tibios «compañeros de viaje», los democristianos del PDP- el énfasis
de la crítica al Gobierno se centraba en la acusación de que bajo su mandato
se estaba produciendo un «recorte» de las libertades. Como divertimiento
para salones de familias ricas no estaba mal pensado -Fraga, Robles Piquer,
Arespacochaga: esos esforzados paladines de los derechos humanos y la
libertad de expresión-, pero, naturalmente, no se lo creían ni ellos y a sus
bases el asunto les dejaba más bien frías.
Ahora es otra cosa, pues de lo que se trata es de protestar por la ola de
degradación que nos invade, por la erosión de los valores tradicionales de
la familia y por la demoniaca conjura marxista para desplazar al reino de
Cristo de la católica España, mancillando al mismo tiempo la sagrada unidad
de la patria. Los mismos que anteayer tildaban al Gobierno de totalitario,
hoy lo tachan de permisivo y reclaman que ponga en marcha el «rodillo
socialista» hasta aplastar a toda esa calaña de navajeros, drogotas, punkies
y etarras que contaminan nuestras calles.
Aniquilada por blandengue la UCD, provisionalmente desvanecido el burdo
espejismo golpista, la España eterna, la derecha de toda la vida, está
vertebrándose para pedir lo que ha pedido siempre: ¡mano dura! Con el dinero
de todos los empresarios Carlos Ferrer -quién lo iba a decir hace años, tan
inglés él en apariencia- financió primero el partido del catastrofismo e
intenta financiar ahora el periódico del catastrofismo. Es la teoría del
cuanto peor mejor, con la palabra «libertad» como careta. Resulta que el
PSOE es el «totalitario», pero el poder se transmite en la CEOE por
cooptación -Cuevas-Chernenko- de idéntica manera a como sucede en la
nomenklatura soviética. Resulta que el PSOE es el que coarta el derecho a la
información y la libertad de la empresa informativa -que de hecho lo hace-,
pero son los mismos supuestos paladines de la «economía de mercado» los
empeñados en censar y controlar a la profesión periodística mediante un
nuevo carnet franquista.
Lo que, por supuesto, no están dispuestos a admitir los altos funcionarios
de la patronal es que uno de los elementos que más coadyuvan a la escalada
en la inseguridad ciudadana es la fidelidad del Gobierno a una política
económica tan acorde con sus intereses como, en mi opinión, acertada. Cuando
uno de cada cinco españoles está en paro -dos millones y medio de
desempleados en total- es inevitable que, con drogas o sin ellas, con una u
otra ley de Enjuiciamiento Criminal, exista una minoría que elija la senda
de la delincuencia. Es uno de los costes de esta estrategia de ajuste,
ortodoxamente capitalista y liberal, basada en dar prioridad a la lucha
contra la inflación y a la reconversión industrial, frente a la alternativa
de crear artificialmente puestos de trabajo.
Si el Gobierno alcanzara los ochocientos mil nuevos empleos prometidos, sin
duda que disminuiría la delincuencia. ¿Y de qué manera conseguirlo? Friendo,
aún más, a impuestos a las clases altas y medias. ¿Están la CEOE, las
organizaciones de comerciantes, los autopatronos, dispuestos a que se
emprenda esa vía, auténticamente socialista, basada en el elemental
principio de quitarles a los ricos y darles a los pobres?
¡Qué cosas pregunto! Naturalmente que no están dispuestos. La derecha
española quiere todas las ventajas del sistema de libertades, pero ninguno
de sus inconvenientes. Economía de mercado, pero con gendarme incorporado. Y
han creído encontrar su hombre, su «caballo de Troya», en el impulsivo e
ingenuo ministro Barrionuevo, al que no cesan de llenar de elogios, mientras
vilifican al titular de Justicia, Fernando Ledesma.
Uno y otro representan los dos polos de esa conveniente tensión entre
idealismo y realismo que cabe esperar de un proyecto político mínimamente
renovador. Si Ledesma se ha equivocado, como parece que así ha sido, en la
oportunidad y literalidad de la reforma de la ley de Enjuiciamiento
Criminal -que no en el fondo del asunto-, también lo hizo Barrionuevo con el
«peinado» del barrio del Pilar o con la pretensión de convertir a los
arrendatarios de pisos en confidentes policiales. El verse obligado a
rectificar una decisión mal calculada no basta para descalificar a unos
políticos que inevitablemente tenían que pagar su bisoñez administrativa.
Hoy por hoy el riesgo que planea sobre la democracia española es que se
rompa el punto de equilibrio y la libertad empiece a ser sistemáticamente
sacrificada en aras del principio de autoridad. Felipe González ha comentado
muchas veces que el orden público puede ser en España el verdadero talón de
Aquiles de un Gobierno de izquierdas y, por otra parte, sería absurdo negar
que en la opinión pública va abriéndose paso un clima distinto al imperante
en los ilusionados momentos fundacionales del nuevo régimen.
Hace cinco años la emboscada de Pasajes habría suscitado un debate
parlamentario con el «terrorismo de Estado» a vueltas. Son ya tantas las
iniquidades cometidas por ETA que, hoy por hoy, muchísimos ciudadanos de muy
diversa ideología están dispuestos a aprobar a ojos ciegos lo ocurrido,
considerando totalmente secundario el análisis de si hubo o no oportunidad
de capturar vivos a los miembros del comando acribillado por el GEO. Mucho
me temo que si se hiciera una encuesta rigurosa sobre los crímenes del GAL
en el País Vasco-francés, el resultado sería todo un espaldarazo de la
opinión pública, incitándole a proseguir su macabra escalada de represalias.
¿Qué tiene de extraño en este contexto de terror contraterrorista que los
datos de todos los ciudadanos estén siendo almacenados, como hoy se explica
con todo detalle en este periódico, en la red informática de los Cuerpos de
Seguridad del Estado y que baste un «error burocrático» para reactivar la
memoria de ese león durmiente que es el «Estado policía» y que, digan lo que
digan las leyes de cada momento, siempre considerará el activismo político
como un delito a reprimir?
Barrionuevo debe ser consciente de que tiene ante sí una fiera insaciable.
Hoy le piden la persecución del «porro» -¿cuántos han fumado él y sus
colegas del Consejo de Ministros?-; mañana, el acoso de vagos, homosexuales
y drogadictos, mediante la reposición de la siniestra ley de Peligrosidad
Social. ¿Cuál será el siguiente paso? ¿La impunidad para el policía que
torture a un terrorista? ¿La vista gorda para el ciudadano que trate de
linchar a un delincuente? ¿La medalla del mérito civil para quien mate a un
atracador? Cuidado, cuidado. Todo eso es la antesala del fascismo.
El «resumen» de «El País»
El extracto que hacía «El País» de este artículo era el siguiente:
«También firmado, el artículo «La antesala del fascismo», glosaba la
actuación de la Policía en Pasajes, con el resultado de cuatro terroristas
muertos: "Hace cinco años la emboscada de Pasajes habría suscitado un debate
con el terrorismo de Estado a vueltas. Son ya tantas las iniquidades
cometidas por ETA que, hoy por hoy, muchos ciudadanos de muy diversa
ideología están dispuestos a aprobar a ojos ciegos lo ocurrido, considerando
totalmente secundario el análisis de si hubo o no oportunidad de capturar
vivos a los miembros del comando acribillado por el GEO. Mucho me temo que
si se hiciera una encuesta rigurosa sobre los crímenes de los GAL en el País
Vasco francés, el resultado sería todo un espaldarazo de la opinión pública,
incitándole a seguir su macabra escalada de represalias"».
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