[escepticos] Las otras revoluciones industriales

Francisco Mercader fmercaderr en telefonica.net
Jue Jun 14 15:39:55 WEST 2012


No serán como la Revolución Industrial en el siglo XVIII pero he vivido 
muy de cerca otras pequeñas revoluciones industriales  y por eso las 
cuento.
La primera que viví y de la que escapé por los pelos fue la revolución 
del Autocad.
A finales de los 70, yo era delineante proyectista de Obras Públicas 
(con mi  puesto fijo de funcionario y todo, no crean). Bastaba  con unos 
conocimientos elementales de trigonometría, matemáticas simples  y 
cierta limpieza  en el trabajo para  conseguir el título. Yo era el puto 
amo del tecnígrafo y me ganaba mi sueldecito.   Mientras se estaba 
generando una revolución en la disciplina  que   no  sospechaba, yo, 
como buen culo inquieto, cambiaba de profesión al puro estilo yanqui y 
trocaba el tiralíneas  y el cartabón por el bolígrafo de suspender 
aspirantes al permiso de conducir.  A mis espaldas apareció el primer 
software que dibujaba líneas  con ayuda de un ordenador. Aunque Autocad 
no es hoy más difícil que cualquier otra aplicación , en sus principios 
era algo árido y misterioso que requería algo más que limpieza en el 
trabajo y que se convirtió en la tortura de algunos de mis excompañeros 
de profesión. Yo me había salvado por los pelos y no estoy seguro  de 
que hubiera podido superarlo entonces..
Algunas importantes fábricas  en las que trabajaban docenas de 
delineantes cambiaron sus métodos, retiraron las mesas de dibujo e 
introdujeron esas malignas máquinas  con una pantalla negra   que se 
convirtieron en el enemigo de quienes  pelearon por adaptarse. Sé de 
buena tinta que algunos no lo consiguieron.

 La segunda revolución que viví de cerca fué la de los músicos 
comerciales.  En los años sesenta  había docenas de salas de fiesta y 
otros puestos de trabajo en los que trabajaba sin descanso un ejército 
de músicos  dedicados a entretener a esa fauna de trasnochadores que 
salía de  madrugada.  Sin saber cómo, las modas y la informática  fueron 
cambiando el mercado y  ahora tenía acceso al entretenimiento una parte 
de la población que no quería saber nada  de los antiguos escenarios, 
cambiando los lugares de diversión por otros  sonorizados por máquinas. 
De la noche a la mañana,    centenares de músicos peinados con gomina o 
tocados con bisoñé no tenían donde soplar sus instrumentos. Incluso los 
estudios  de grabación empezaban a encargar sus músicas a individuos 
que, sentados  en una máquina, sustituían  a músicos reales sin que el 
público  destinatario de sus proezas lo advirtiera. Empecé a encontrarme 
con el doloroso espectáculo de ver a excelentes músicos con los que 
había compartido escenario, tocando en el metro  con un sombrero a sus 
pies  esperando reunir algunas monedas.  La caída repentina del mercado, 
junto con la bohemia idiosincrasia  de muchos músicos que les 
dificultaba gestionar sus propios recursos  y la circunstancia de tener 
sólo ese oficio, habían sido la causa de semejante hecatombe.

Este caso fue casi el de mi amigo Juan de la Torre, otrora famoso músico 
triunfador de festivales veraniegos. Engañado por la SGAE y dilapidador 
de sus ingresos, malvivía, treinta años después de esa época de bonanza, 
dando alguna clase  a quien quisiera recibirla.  Yo había escapado de la 
quema porque mi trabajo de músico sólo era un extra añadido a mi otra 
profesión.
Se me ocurrió intentar elevar el ánimo decaído de Juan y rebusqué entre 
mis viejos papeles alguna de las partituras, compuestas por él,  que 
tocábamos en los viejos tiempos.
Anoté nota por nota alguna de sus composiciones en un secuenciador, y le 
traje a mi casa para que  volviese a oír sus propias obras y verlas 
caminar por la pantalla.  Juan no sabía, a sus setenta y tantos años, 
que un ordenador podía hacer aquello. Fue un espectáculo ver sus ojos 
cuando oyó y vió correr las semifusas delante de sus ojos.  Mi sorpresa 
subió   de grado cuando me preguntó si él podía manejar aquello.   Sin 
mucha confianza,  monté un sencillo ordenador con elementos sueltos que 
tenía por casa y se lo instalé en la suya.
Ante mis maravillados ojos, Juan pasó en poquísimo tiempo de no saber 
qué hacer con el ratón cuando llegaba con él al borde de la mesa  a 
manejar con bastante soltura el Sonar, un software musical  bastante 
complejo. Le ayudó sin duda, el hecho de que él sabía perfectamente lo 
que había que hacer, aunque no supiera cómo.
  Medio año después, conseguí que Juan ganase sus primeros dos mil euros 
en un trabajillo  que habíamos encontrado. Alguna de sus alumnas de 
canto tenía compuestas unas horribles composiciones  de piano, llenas de 
errores musicales.  Juan le propuso orquestarlas y arreglarlas y con 
poquísima ayuda por mi parte,  conseguimos unas composiciones que 
emocionaron a la vieja señora y aflojaron el cordón de su bolsa.
Hoy Juan  ha renacido  de sus cenizas (así es como me lo ha definido uno 
de sus hijos)  y  creo que ése es el mejor trabajo musical de mi 
historia.
Saludos.
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