[escepticos] Contra la contaminación lumínica

Francisco Colomer f.colomer en oan.es
Mie Jun 20 12:31:20 WEST 2007


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EL PAIS - TRIBUNA: JUAN ANTONIO ALDUNCIN 
Cielo naranja de noche, mala señal

Aquí, hace algunos años, el cielo nocturno era de un negro profundo, y repleto 
de luces de los astros. Noches llenas de riqueza, donde poder mirar al 
infinito y descubrir cómo es la Vía Láctea, o vislumbrar otras galaxias. 
Hasta la curiosidad del niño podía seguir el curso de un planeta por las 
constelaciones. Eran noches con toda su grandeza y oscuridad. Ver la silueta 
de un monte recortada contra un cielo nocturno brillante, anaranjado, era 
entonces algo anormal que llamaba poderosamente la atención, y hacía mirar 
allí a todos. Asombrados, llenos de inquietud: porque eso sólo podía 
significar que un incendio forestal estaba devorando la otra ladera.

Hoy, con la contaminación lumínica propagada por doquier, nos hemos cargado la 
oscuridad del cielo nocturno y hemos perdido de vista las estrellas. Así 
velado, el cielo ya no estimula la curiosidad de nuestra generación. Los 
jóvenes no perciben ni rastro de la inmensa Vía Láctea, ni siquiera el 
destello de una estrella fugaz. Y los niños tienen vedado el ver cómo un 
planeta va recorriendo las constelaciones. Nuestros ojos no ven nada de eso 
en noches deslumbradas. Ahora es habitual ver cielos baldíos, con resplandor 
blancuzco o naranja tras las siluetas de los montes, y nadie mira eso con 
asombro ni inquietud. No son signos de incendios forestales ciertamente; pero 
ese resplandor continuo corresponde también a otro incendio tan grave o más: 
el de los combustibles (carbón, gas natural y petróleo) que arden sin parar 
en las centrales térmicas para generar la electricidad consumida. ¿En qué? En 
derroche de alumbrado causante de esa luz inútilmente vertida a la atmósfera. 
Este fuego es tan grave o más que los esporádicos incendios forestales de 
antaño, porque es permanente, noche tras noche; implica malgastar recursos 
energéticos, aumentar sin sentido las emisiones de CO2, desestabilizador del 
clima; y además pervierte nuestras noches, privándonos de la oscuridad 
deseable y vedándonos la visión del cielo. Pero lo seguimos mirando como una 
rutina, sin asombro ni inquietud.

Nos preguntamos dónde está la causa de todo esto. Figura como primer 
responsable el exceso del alumbrado público de calles y vías de comunicación. 
Al que se ha sumado la iluminación exterior de otros muchos espacios: centros 
comerciales, hoteles, empresas, explanadas de polígonos industriales, 
carteles publicitarios, monumentos, puentes, iglesias...

Los diseñadores del alumbrado público conocen desde hace tiempo la importancia 
de los sistemas de iluminación eficientes, que eviten la pérdida de luz hacia 
la atmósfera. De hecho, en muchos lugares se implantan luminarias correctas, 
es decir, que focalizan la luz exclusivamente sobre el pavimento. Sin 
embargo, sería necesario adoptar los niveles de iluminación indicados por la 
Comisión Internacional del Alumbrado, que no son mínimos como creen algunos 
urbanistas, sino valores a los que ajustarse en cada caso. El incumplimiento 
de esto está conduciendo a muchas situaciones de sobreiluminación, donde no 
se logra la eficiencia energética que se debiera, y donde se sigue 
produciendo derroche y contaminación.

De especial gravedad es el alumbrado de exteriores privado, sector que incurre 
en demasiados excesos. Por todas nuestras poblaciones vemos fachadas de 
empresas generosamente iluminadas, proyectores potentes dirigidos hacia lo 
alto, paneles de publicidad alumbrados como decorados teatrales, incluso 
focos de gran intensidad inundando de luz la fachada de humildes ermitas, o 
de casas particulares donde es totalmente prescindible. En pocos años esta 
clase de alumbrado ornamental se ha extendido hasta la saciedad, ha caído en 
sobreiluminaciones en la mayor parte de los casos -olvidándose que con 
lámparas de mucha menor potencia se conseguiría un efecto mejor- y, para 
colmo, se mantiene encendido durante toda la noche, también en las largas 
horas intempestivas en que nadie lo ve.

Mientras se siga admitiendo alegremente esta táctica, mientras se siga 
confundiendo seguridad con exceso de alumbrado, y mientras no se le dé la 
importancia que tiene al derroche de recursos energéticos en que vivimos 
embarcados, la contaminación lumínica mantendrá velado el cielo. Y, como si 
sagazmente reconociera que nuestra vanidad de consumidores no merece otra 
cosa, nos privará de la esencia y el misterio de las noches.

Juan Antonio Alduncin Garrido es miembro de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y 
de Cel Fosc (Asociación contra la Contaminación Lumínica).


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